En el último año, el contrato indefinido se ha multiplicado por tres, ya supone el 43,2 % de los contratos firmados en el último mes, noviembre. Un mes significativo para hablar de contratos, porque la moda del Black Friday ha convertido al undécimo mes del año en el rey de las contrataciones exprés, mucho más que los eneros de antaño, con sus campañas de rebajas a la antigua.
Con estas cifras, podríamos pensar que al fin la estabilidad ha llegado al mercado laboral español: “hace un año, solo 14 de cada 100 contratos eran indefinidos. Ahora, 43, ¡dentro de poco todo el mundo tendrá un contrato estable, un contrato indefinido!” Puede ser una reflexión optimista si únicamente vemos esos datos. Qué joven, al terminar sus estudios o incorporarse directamente al mercado laboral, no soñaba hace un año con su primer contrato indefinido. Y cuántos lo tienen al fin… pero el indefinido ya no da esa estabilidad.
En noviembre de 2021, sin la reforma laboral en vigor, con ese 14 % de contratos indefinidos, la duración media de un contrato era de 52,01 días. Por ello, el mismo optimista sacaría cuentas y diría: “con el 43 % de contratos indefinidos, la duración sería, como mínimo de 150 días”.
El contrato indefinido es el nuevo precario, el nuevo temporal. Se han triplicado los indefinidos, pero ahora la duración media de los contratos es de 45,18 días, una semana menos.
Sin una reforma laboral real, no habrá cambios de calado
“Cambiarle el nombre a un contrato no es una varita mágica. En USO siempre hemos pedido que el contrato sea indefinido por defecto, que sea la empresa quien tiene que demostrar una causa objetiva para firmar un contrato temporal. Hasta ahí, nos parece un planteamiento adecuado. Sin embargo, también hemos pedido desde que comenzó a negociarse a puerta cerrada la reforma laboral que se hicieran cambios profundos en la legislación. Un contrato indefinido con un despido tan fácil y barato no es ninguna garantía. Despedir a una persona al mes de contratarla de forma indefinida cuesta unos 50 euros. Despedirla la primera vez que la contratan, en período de prueba, es gratis. La legislación laboral no es solo el nombre de un contrato. O de verdad se hace una reforma integral o la realidad de los trabajadores no cambiará”, reflexiona Joaquín Pérez, secretario general de USO.
Además del contrato indefinido, la reforma laboral privilegiaba otros tipos de contrato para frenar la temporalidad. Sin embargo, el efecto ha sido el mismo: ha cambiado el nombre, no la realidad que reflejan. “Dentro de los indefinidos, figuran los fijos discontinuos. Pero estos han pasado de ser un porcentaje residual en las estadísticas de contratación a suponer un tercio de los contratos indefinidos. De los 615.236 que se firmaron en noviembre, el 34,6 % no era un indefinido real, sino un contrato de fijo discontinuo. Este contrato da una estabilidad a empleos estacionales, como temporadas turísticas o agrarias, pero no es creíble que en noviembre se firmen 213.000 contratos de fijos discontinuos ni que ese sea el número habitual de cada mes. Se han multiplicado por 12 estos contratos en lo que llevamos de año”, advierte Pérez.
Ni realmente ni indefinidos ni a jornada completa
La otra cara amarga de la contratación indefinida nos la presenta el tipo de jornada de estos contratos. Solo el 41,1 % de ellos eran a jornada completa. Además de los fijos discontinuos, crecen las jornadas parciales en lo que antes era el contrato estable: uno de cada cuatro es parcial, el 24,3 %.
“Saquemos la calculadora y pensemos en una familia media. Los contratos indefinidos duran como promedio 45 días y, además, seguramente uno de los cabezas de familia esté a jornada parcial en ese período. Con una inflación del 6,8 %, de más del 15 % en alimentación, y un SMI de 1.000 euros brutos al mes para jornada completa, las cuentas para vivir dignamente, a pesar de trabajar, no le salen a nadie”, concluye el secretario general de USO. Por eso, urge a confluir con la indicación de la Confederación Europea de Sindicatos de que el SMI represente el 60 % del salario mediano del país y que se tomen en cuenta las especiales circunstancias inflacionistas en las que vive España, que parte además de salarios más bajos que los países de nuestro entorno.